Este es un post que quedó en borrador en un documento de google a finales de junio. Lo raro es que escribiera alguna cosita para volver a publicar en este blog. Pero, como tantas otras veces, pensé que mi experiencia y mi opinión podían ser poco relevante para la mayoría. ( Mi ritmo de low postig ha superado ya el récord del año pasado, 0).
Pero entonces, estando disfrutando de ese verano vagabundo -o lo que queda de él tras la muerte del roaming-, llegué a este artículo de una periodista política del New York Times: harta de twitter, ha decidido darse unas vacaciones. Leyendo su artículo se entiende bien el infierno que ha debido vivir en la era Trump, que ríete tú del procés y la moción de censura.
Twitter, ese mundo malrollista
¿En qué momento Twitter se volvió un sitio tan malrollista? Llevo preguntándomelo inténsamente el último año. Pero no solo ha venido por la actualidad política, sino que viene de antes, de tanto, que ya casi no recordaba cómo era Twitter antes.
Cada vez que entro en twitter acabo saliendo rebotada por el ambiente malrollista y revanchista. Es la guerra.
Me veo pasando cada vez menos tiempo en twitter, en lo que fue un día mi arma favorita, mi herramienta más útil, la casa más divertida.
Cada vez digo menos. Ya no solo mi opinión, que nunca ha sido demasiado importante, sino que en general, ya no me apetece vivir ahí. Si entras en una casa, y la gente no hace más que tirarse los platos a la cabeza, ¿cuánto tardarás en querer irte?
Trolling land
Veo montañas de trolls despellejando al contrario. Veo personas infelices amargando a cualquiera que se les cruce por delante. La gente corrige sin haber leído (la analítica nos dice que el rey está desnudo), siempre dando por supuesto que lo saben todo. Es la ley del zasca.
Sabemos que esa gente no lo diría a la cara ni defendería sus ideas con tanta vehemencia si tuviera al otro delante.
La educación, el respeto, el beneficio de la duda, nada de eso se concede al otro usuario. Tu eres un desgraciado, hijodelagran y ya. Me da igual todo.
Alguien dijo que si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada. El mundo no necesita tu opinión -ni la mía-, especialmente si no tienes ni idea del tema.
Un poquitín, nomás…
A Twitter últimamente hay que venir con el casco puesto pic.twitter.com/h8L2yvlZUw— Silvia Cobo (@silviacobo) 12 de enero de 2018
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Twitter hace 10 años
Me pregunto qué ha pasado en estos 10 años, quién o qué se apoderó de esta cosita antes divertida y sencilla como un gorjeo, para no volver a ser la misma.
Recuerdo cómo hace 10 años ibas a una encuentro o conferencia y si encontrabas a otro twittero había una complicidad especial. Éramos ¡¡los frikis del twitter!!
Pero poco a poco, los usuarios empezaron a organizarse: la gente quería… -OMG- ¡¡desvirtualizarse!! Verse, tocarse y beber algo juntos. Era los tiempos del tweetbarna o el cavaandtweets. La gente tenía ganas locas de dejar la pantalla. Claro, tampoco había Tinder, pero visto con los ojos de lo que ocurre hoy en twitter, parece de otra galaxia.
Y sí, twitter sigue siendo un lugar con gente brillante y chisposa, gente interesante y de la que apreder, o gente que te querrá ayudar cuando tienes un problema (cuando buscas herramientas o como el día que se me volteó la pantalla…).
Pero «los otros”, quienes quiera que sean, a veces parecen estar ganando la batalla. Hacen desertar a la gente que tiene ganas de encontrarse con otros sin tener que ir con la hacha levantada todo el santo día.
Y la pregunta que me hago es: ¿debemos renunciar a tener una sana plaza pública en Internet?
A veces quisiera gritar: ¡que me devuelvan mi twitter! O que se vayan todos a otro sitio, y ya nos quedaremos un grupo de amigos (a los que desvirtulicé mucho después) haciendo la última ronda.
Que se vayan, que los últimos, ya apagaremos las luces.